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¿Qué no es la vocación cristiana?

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  • Se han dado entre los cristianos, a lo largo de los siglos, algunas confusiones -que aún perviven- sobre el verdadero sentido de la vocación cristiana.

Algunas confusiones frecuentes:

Confusión: plantear la búsqueda de la vocación de forma angustiosa, o como una búsqueda a ciegas.

  • Buscar la vocación no es un empeño angustioso por encontrar, a contra reloj, una llave única torneada de antemano por Dios de un modo rígido.
  • Explica García Morato en su libro Elegidos para amar que la respuesta a la llamada de Dios no suele consistir en la mera aceptación de un previo designio divino cognoscible de un modo claro y unívoco, que no deja lugar a ninguna duda (cosa que, por otra parte, se da en muy pocas ocasiones, pues exigiría una revelación personal a cada criatura); ni es tampoco una búsqueda a ciegas, en la que la iniciativa personal no cuente para nada. Por decirlo con un ejemplo, no se parece en nada al empeño angustioso por encontrar -y a demás, contra reloj– una especie de llave única que ya está torneada de antemano por Dios, de un modo rígido y sin la colaboración de cada una y de cad uno, para que encaje en la cerradura de nuestra vida.

    ... mas bien se trata de entender que mi libertad personal, las decisiones que voy tomando honradamente y con generosidad, procurando acertar, contribuyen
    -de un modo misterioso, pero no por ello menos real- a configurar mi vocacón personal.

    Se trata de un punto clave y, a la vez, una orientación lleba de serenidad ante la inevitable urgencia de conocer y responder a cualquier llamada divina.

    Porque a una persona que desea hacer la voluntad de Dios, le puede resultar angustioso pensar en la posibilidad de dejarla pasar en un momento determinado, a pesar de haber puesto subjetivamente los medios para “escuchar”.

    Sn duda quien no escucha porque no pone los medios -“no hay peor sordo que el que no quiere oir”, dice el refrán-, comenzaría a partir de ese momento por adentrarse en un camino erróneo -o, cuanto menos, desacertado-; un camino que no tendría que ser necesariamente malo, ni contrario a Dios; más aún, que incluso le podría dar muchas satisfacciones, sin duda; pero que no le podrá hacer feliz de verdad.

    Pero a quien se empeña por escuchar y, a la vez, va descubriendo el papel de la libertad en la respuesta y la configuración posterior de la propia vocación, le da, sin duda, tranquilidad.

    No esa tranquilidad momentánea de quien no se enfrenta con la llamada, sino la paz y la serenidad que da el pensar: Aquí estoy, yo te escucho, e iremos configurando la vida poco a poco, marcando Tú el ritmo.

  • Confusión: Pensar que la llamada de Dios va dirigida a unos pocos, unos cuantos privilegiados.

—Los primeros cristianos tenían una conciencia clara de la llamada universal (es decir, general, dirigida a todos) a la santidad que se lee en el Evangelio: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo, 5, 48; Lucas, 19,2).

—Hubo grandes autores espirituales que hablaron y escribieron sobre esa llamada universal, pero proponían a veces a los laicos que viven en medio del mundo unos modos de vivir más propios de las personas que están llamadas a apartarse del mundo, como los monjes.

San Josemaría desde 1928 y el Concilio Vaticano II (1962-1965) recordaron con fuerza el mensaje evangélico de la llamada universal a la perfección, a la santidad.

San Josemaría, además de recordar esa llamada, abrió en la Iglesia por inspiración divina un instrumento —el Opus Dei— para hacer llegar a todos los hombres el mensaje la llamada universal a la santidad;

y enseñó a miles de personas a vivir y a encarnar esa llamada de un modo concreto en su propia vida, en medio del mundo.


  • Confusión: Hablar de clases de santidad. Hay una única Santidad, porque hay un único Modelo yun único Camino que conduce a la Plenitud del Amor: Cristo(Camino, Verdad y Vida).

—Cada persona debe recorrer ese único camino de santidad por el camino particular por donde Dios le llame: sacerdote, laico, etc.


  • Confusión: Considerar la vocación como un añadido a la propia vida.

—No; la elección divina de cada hombre es anterior a su existencia: Dios llama antes de la constitución del mundo.

– la vocación es la que me configura y me constituye como persona; es la clave más profunda de mi identidad. Es mi razón de existir.


  • Confusión: Reducir la vocación a una simple lucha, a un mero empeño personal, a un ejercicio de la propia voluntad.

—La vocación requiere poner lucha ascética para vivir las virtudes humanas y cristianas. Eso exige un esfuerzo por parte de mi voluntad, pero la lucha ascética no consiste sólo en poner esfuerzo, sino en dejar que Dios obre en nosotros: lo contrario sería voluntarismo.

—Se trata de amar a Dios con toda el alma, y a los demás por Dios.


  • Confusión: Pensar —en el caso concreto de las personas que se acercan al Opus Dei— que la vocación cristiana vivida en el Opus Dei consiste sólo en “hacer todas las normas del plan de vida cristiano de una persona del Opus Dei”.

—La entrega a Dios en el Opus Dei lleva a vivir las virtudes propias de un cristiano en el Opus Dei; y lleva también a incorporar a la propia vida unas prácticas concretas de piedad que enseñó Jesucristo —como la oración o la corrección fraterna— o que forman parte de una tradición cristiana de siglos —como la mortificación o el rezo del Rosario—.

La vocación tiene un fin: que Cristo reine en la tierra, que triunfe Cristo en el alma de cada hombre. Pero hay que entender bien que significa esa palabra “triunfo”, porque el triunfo de Cristo fue su aparente fracaso en la Cruz. Dicho de una forma más matizada: el triunfo de la Resurrección de Cristo estuvo precedido de su aparente fracaso en la Cruz.—Vivir la vocación no se reduce al simple cumplimiento de unas normas o prácticas de piedad.

—Esas normas de piedad son un medio, no un fin, para llegar a la plenitud del Amor.

—La ecuación no es “a más normas de piedad, más amor”, sino: “a mayor identificación con Cristo, más amor”.

—La incorporación de ese plan de vida cristiano a mi vida debe progresiva: lo importante no es hacerlo todo y lo más pronto posible, sino irme identificando con Cristo, ganando en intimidad con el Señor.


  • Confusión: Pensar que vivir una vocación es recorrer “un camino de rosas”.

Habrá siempre rosas y espinas en el seguimiento de Cristo como las hay en cualquier camino humano. “El que quiera seguirme coja su cruz y sígame”, dijo el Señor.
Entregarse a Dios en el Opus Dei significa caminar gozosamente tras el Señor, hacia con la esperanza de la Resurrección.“Al venir a la Obra –recordaba san Josemaría- no van al Tabor, van al Calvario”. Como dijo nuestro Señor Jesucristo: El que quiera seguirme, que coja su cruz y me siga.

  • El Gólgota fue el monte sobre cuya cima fue crucificado nuestro Señor Jesucristo. Y se piensa que sobre el monte Tabor tuvo lugar su glorificación.

    Se lee en San Mateo, 17:

    “Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y los llevó a ellos solos a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz.

    En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con él.Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

    Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente los cubrió y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle.

    Los discípulos al oírlo cayeron de bruces llenos de temor. Entonces se acercó Jesús y los tocó diciendo: Levantaos y no temáis.Al alzar sus ojos no vieron a nadie, sino sólo a Jesús.Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: A nadie contéis la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos”.

  • Con esta expresión san Josemaría indicaba que el seguimiento de Cristo, aunque lleve a la alegría del Tabor, exige acompañar al Señor en su camino al Gólgota.



  • Confusión: Considerar que tener vocación cristiana en el Opus Dei (o en cualquier otro camino concreto) es un triunfo y no tenerla, un fracaso.

Lo decisivo para una persona no es ser o no ser (del Opus Dei o no; laico o sacerdote; misionero o religioso); lo decisivo es cumplir en todo momento la Voluntad de Dios, donde Dios le llame, cuando Dios le llame y como Dios le llame.


El gran triunfo de mi vida


Conviene recordar esta idea: el gran triunfo, el verdadero éxito de mi vida no consiste en cumplir tales o cuales metas:
es procurar hacer siempre la Voluntad de Dios.

“…ya podéis lograr los éxitos más espectaculares en el terreno social, en la actuación pública, en el quehacer profesional, pero si os descuidáis interiormente y os apartáis del Señor, al final habréis fracasado rotundamente.

Ante Dios, y es lo que en definitiva cuenta, consigue la victoria al que lucha por portarse como cristiano auténtico: no cabe una solución intermedia. Por eso conocéis a tantos que, juzgando a lo humano su situación, deberían sentirse muy felices y, sin embargo, arrastran una existencia inquieta, agria; parece que venden alegría a granel, pero arañas un poco en sus almas y queda al descubierto un sabor acerbo, más amargo que la hiel.

No nos sucederá a ninguno de nosotros, si de veras tratamos de cumplir constantemente la Voluntad de Dios, darle gloria, alabarle y extender su reinado a todas las criaturas.” San Josemaría, Amigos de Dios, nº 12

El triunfo de Cristo fue su aparente fracaso en la Cruz.

Y si no se resuelve de inmediato, ya se irá perfilando con el tiempo, mientras se mantenga esa actitud interior de urgencia sobrenatural. Es como si Dios dijera: Reza, vete tomando decisiones… , y ten por seguro que eso te va acercando a la meta, porque hará que llegue el momento en que se identifiquen nuestras dos voluntades.

De este modo, cuando todos los acontecimientos paracen confluir en una misma direccción, se avanza por ese camino confiando en la Providencia amorosa de Dios sin exigir ni pretender una seguridad tal que haría casi imposible dar un solo paso.

Esta actitud es precisamente la que permite arriesgar, con uns seguridad intuitiva que da Dios y que aparece muchas veces como locura incluso a los ojos humanos bienintencionados.


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